Es usted el visitante número...

Hasta qué punto uno puede encontrar la paz...

La paz, la paz no es más que una manifestación muy profunda de la nostalgia, la paz, en el fondo, es una nostalgia, mi viejo y querido... (La amigdalitis de Tarzán, Bryce Echenique)

jueves, 17 de enero de 2008

Sueño de una tarde de verano

En el jardín crepuscular te aparcaste aquella tarde de enero. Como un ángel en la ribera del camino que lleva al cielo estabas ahí, tímidamente iluminada por el sol que ya casi moría. No me acerqué, te observaba sólo a lo lejos. Distante, tenía miedo de que al acercarme a ti despertaría de esa ensoñación tan real. En la diafanidad de tu mirada perdida, presentí que leías en mi corazón sin verme a los ojos, que me penetrabas cálidamente mientras seguías sentada en el columpio, que leías cada una de mis historias en que, en otras personas, creí encontrarte a ti. Y sólo sonreías en aquel jardín adornado de enredaderas y buganvillas, que cuidadosamente recogías sólo para mirarlas e inhalar su aroma, e irte luego revoloteando con ellas en tus manos, y seguir auscultándome angelicalmente a la distancia siempre con buganvillas en tus manos… Lejana, como una estrella titilante apenas perceptible en el ocaso de un día estival, seguías siendo angelical. De pronto, mientras te observaba despidiéndome sin querer alejarme de ti, me transportaste a tu presencia en tus alas, cual celestial criatura de carne y hueso, conocida luego de toda una vida de espera… Me desperté en la clarividencia de tu mirada, en tu presencia que de un modo inefable abarcaba todo lo que había alrededor, aun mi propia vida, y me quedé ahí, mirándote ya para siempre en un cálido ocaso sin final…

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