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Hasta qué punto uno puede encontrar la paz...

La paz, la paz no es más que una manifestación muy profunda de la nostalgia, la paz, en el fondo, es una nostalgia, mi viejo y querido... (La amigdalitis de Tarzán, Bryce Echenique)

viernes, 9 de enero de 2009

Algunas reflexiones

Quisiera en esta ocasión ensayar algunas líneas acerca de la disyuntiva actual que se ha tejido en el proceso de redescubrir el significado de enamorarse y amar. El enamoramiento es concebido como una etapa en la cual la persona sale de sí misma y se muestra a otra, como ser capaz de poseer y de ser poseído por otro. La fase del enamoramiento se experimenta por primera vez alrededor de los 13 ó 14 años, edad en la cual la persona ha adquirido un grado de entendimiento de su propio ser; se ha descubierto como distinto al otro, como sexuado, y como complemento de otro, en el plano físico y afectivo. Se observa, por ejemplo, que en las primeras fiestas los adolescentes manifiestan actitudes nuevas: se arreglan cuidadosamente el cabello, eligen con bastante empeño el vestuario a usar, buscan alguna colonia o perfume que exprese sensualidad. “Aquí estoy, mírame”, es el motor de toda la actuación del adolescente.

El enamoramiento es el recorrido que hace una persona para llegar a otra, para captar la atención de ésta y mostrarle que quiere poseerla y ser poseído por ella. Responde a simples emociones, que llevan a la persona a actuar de un determinado modo para disfrutar de ese efluvio interno que siente: la clásica caracterización de mariposas en el estómago. La persona, cuando se enamora, se vuelve otra. Hasta cierto punto es cierto este juicio. En efecto, se trata de demostrar al otro lo más íntimo del ser, lo que nos hace ser distintos: es justamente el recorrido hasta llegar a esta intimidad lo que se siente como un cargamento de emociones. Yo, como persona, me hago otro, saco un “otro” para mostrarlo a la otra persona. Este “otro” no es una falsa, todo lo contrario, es el verdadero yo que soy, oculto a los demás, pero que a esa persona lo muestro para captar su atención.

Como se aprecia, el enamoramiento es la fase más egoísta en el camino del amor de pareja: de hecho, responde a meras emociones que causan en la persona un cierto placer. No se abre plenamente a buscar el bien de la otra persona a la cual se quiere poseer. Se busca poseerla por lo que a mí me hace sentir. Llegado el momento en el cual la persona se aburre del otro al cual se ha mostrado, no experimenta más las emociones primigenias y busca terminar dicha relación. Por tanto, la relación de una pareja basada en el solo enamoramiento está destinada al fracaso. No tiende al amor, y por tanto a la felicidad, si no se supera el deseo egoísta de sentirme bien y nada más.

No obstante, enamorarse es normal, es absolutamente fácil de lograr. Quien tenga una experiencia mediana de la vida puede dar fe de que uno se enamora de quien quiere y cuando quiere. Enamorarse es, pues, el primer escalón en la larga escalera de una relación de pareja. De hecho, es absolutamente necesario. pero no se reduce a ello. Esta etapa algo tonta, permite sentar las bases en la relación. Estar con esa persona, sólo con esa persona y para siempre, son estas las tres dinámicas del enamoramiento real, en virtud del cual se tejerá el amor de pareja.

El amor, por su cuenta, es una decisión de la voluntad, firme y permanente, que no responde a emociones, a irradiaciones internas que hagan sentir placer. Se entiende, en términos prácticos, como querer querer a alguien. “Porque me gustas como persona, por lo que eres, quiero quererte”. Pero, ¿qué significa esto de querer querer? Significa tomar la decisión firme, permanente y seria de buscar el bien del otro, de ponerse al servicio del otro, sin buscar hacerse feliz a uno mismo. Este es el núcleo duro del verdadero amor: aquí estoy para hacerte feliz, no para hacerme feliz. Y el amor de pareja, por antonomasia, es aquel que nace cuando ambos, varón y mujer, han tomado esta decisión de la voluntad, de modo que el varón está para hacer feliz a la mujer, y la mujer, para hacer feliz al varón. Ninguno de los dos busca hacerse feliz a sí mismo.

El amor de pareja implica un alto grado de generosidad y de libertad. De generosidad, porque en la búsqueda del bien y de la felicidad del otro, en muchas ocasiones se tendrá que postergar y hasta olvidar el placer propio; se pasará por la cabeza muchas veces la idea de que no vale la pena seguir haciendo algo que a mí muchas veces no me hace feliz. Una buena dosis de libertad es también necesaria, porque sólo quien es libre es capaz de dar lo mejor de sí mismo. ¿Y ser libre de qué? Fundamentalmente del miedo a equivocarse. ¿Quién no ha fallado en anteriores relaciones? ¿A quién no lo han traicionado, o quién no ha traicionado a alguien? En efecto, todos hemos experimentado el sabor de la melancolía, de sentirnos tontos al haber puesto la confianza en alguien que falló. No obstante, más grande es el perdón a uno mismo. Cuando uno experimenta el perdón, la redención del error pasado, es verdaderamente libre y es capaz de dar al otro lo mejor de sí mismo. Así, pues, el perdón a uno mismo es el primer paso en el camino hacia el éxito en el amor de pareja.

Amar a la pareja implica una entrega abnegada. Consiste en actualizar en cada momento de la vida esa decisión de buscar el bien del otro. Y esto no se reduce a los meros abrazos, besos y caricias, cargados de efusividad. Es más que estas acciones. Implica, en términos generales, por ejemplo, saber escuchar en silencio al otro en los momentos de tensión; ayudar y mostrarse como un apoyo al otro a pesar de las propias ocupaciones; renunciar a ciertas actitudes que causan incomodidad en el otro.

Así descrita la situación, la decisión de amar parece a todas luces un acto de heroísmo. En parte lo es. No obstante, no debe pensarse que la decisión de amar contraría las tendencias y los gustos de la persona. Nada más lejos de la verdad, pues justamente uno decide amar porque gusta lograr la felicidad del otro. Se es feliz en la felicidad del amado. De ahí la frase religiosa perfectamente aplicable en el ámbito de estas relaciones: se encuentra la felicidad en el dar y no en el recibir. Pero, como se dijo, sólo quien es libre del pasado y no duda de mostrarse generoso puede entender y experimentar la realidad de esta afirmación…