Es usted el visitante número...

Hasta qué punto uno puede encontrar la paz...

La paz, la paz no es más que una manifestación muy profunda de la nostalgia, la paz, en el fondo, es una nostalgia, mi viejo y querido... (La amigdalitis de Tarzán, Bryce Echenique)

miércoles, 25 de julio de 2007

Uno no siempre elige dónde o con quién quiere estar

Y que el tiempo es una especie de capricho
y a veces eso es difícil de aceptar


¡Cómo pasa el tiempo! La mayor parte de él, sobretodo en las mañanas y en las tardes, resulta tan resbaloso como el agua jabonosa con que uno se lava el rostro, frente a un espejo todas las mañanas, monótonamente, sin auscultar los detalles de cada gesto, que cada día presagian más una larga distancia. Pero punto. ¿Estás seguro?, ¿irrevocablemente tiras la toalla? Había conservado intactas en mi interior, desde aquel 27 de julio (mes de la patria, y de la nostalgia patriótica, y con ella, de otras nostalgias más), frasecitas como… Yo sé, la soledad te da un cierto confort, no te deja mirar…Pero el otoño, tocó nuestras puertas, y como una hoja, nuestro amor murió…, las recordaba con una cierta tristeza, evocando aquella noche en el Jockey Club, que sí, claro que contuvo su dosis de lágrimas, por ti, maldito otoño de 1998, que ahora volvías a recrearte, aunque en contextos distintos… Y que me digas cuánto querías que esto pasara una vez más, y otra vez más… Y duele y friega sobremanera levantarse cada mañana y amarrarse el nudo de la corbata, y alzarse una taza de café junto con una tostada, a las voladas, y nadie ni nadie más, y el clima está cada vez peor, y uno tiene que salir a dictar clases otra vez más, con el solo aliciente de ganar unas monedas, para, al menos, sobrevivir biológicamente. Pero claro que no todo duele, porque tu total trascendencia en cada momento, y tu sonrisa y tu felicidad, aun en los momentos verdaderamente dolorosos, y tu eterno experimentó la angustia y el dolor, pero jamás estuvo triste una mañana, como diría Hemingway, y tu solidaridad y tu presencia acá, contigo en la memoria, y sin ti a la vez… “Qué maravilloso está el cielo, sin pies ni cabeza”. Pero tengo que decirte que esta mañana, por más que intento encontrarlo en ordenado desbarajuste, se esmera en presentarse en sombrío y helado orden fatal.
Prendo las luces del auto, y salgo con dirección a la universidad, esperando encontrarte quizá en algún pasaje peatonal, tan alegre, tan incapaz de hacerle daño nunca a nadie, y creo haberte encontrado en aquella chica menudita de cabello rojizo, que sale de una tienda, de la mano de su abuelita, que apenas puede sostenerse. Tú estás ahí, en aquella reminiscencia de solidaridad y pasión caritativa únicas.
¿Quieres hacer una pausa?, ¿crees estar preparado para desistir de tirar la toalla? Mientras sorteo los obstáculos en las avenidas, recuerdo que tal vez lo que verdaderamente nos unió, en el fondo, fue nuestra obsesión por no salir nunca del anónimo cajón en que habitábamos, separados, o quizá juntos, pero nunca revueltos. “Pero tú eres muy lindo conmigo, sí, y gracias infinitas, infinitas, porque me has permitido perdonarme mi vida pasada, y me entiendes, no siempre, porque eso es imposible, pero sí toda vez que necesito mostrarme ante alguien tal cual soy”.
¿Hermano, crees que sí puede ella, trascendentalota como ella misma, permitirme acompañarla en su viaje? Sé sincero, hermano… Gracias, hermano, por ser sincero… Y mándame fotos de ella, allá en Viena, ¿sí, hermano?.... Gracias, hermano, por no enviarme las fotos…
Y uno llega a la universidad ya cuando el cielo empieza a trazar algunas líneas de luz… “Qué maravilloso está el cielo, sin pies, ni cabeza”… ¡No, querida! Al menos, ni ayer, ni hoy, ni mañana. Y uno llega al aula y encuentra sobre el pupitre un ejemplar de La educación sentimental, y lo abre y espera encontrar en la primera página el mismo trazo tuyo de hace quince años atrás. Y alza la cabeza, mientras empieza a tomar lista en esa fría mañana parisina, y se fija en aquella alumna de cabello tan cruelmente castaño como el tuyo, y con mejillas rosaditas y una sonrisa eterna ¿hipócrita, engañosa, sincera? Y abre la agenda y lee lo que escribió Benedetti:
porque te miro y muero

y peor que muero si no te miro
amor si no te miro
porque tú siempre existes donde quiera

pero existes mejor donde te quiero
De hecho, existes aún porque te quiero, y más aún, donde te quiero, en esta parisina mañana fría. De pronto uno se encuentra en su tierra, quince años atrás… ¡Hermano, hermano! ¿Las cosas, dichas cara a cara, face to face, duelen menos?... Gracias, hermano, era lo único que quería saber… Recuerdas aquella mañana en que a tu hermanita la aconsejaste: el corazón siempre te va a acusar, pero afuera de él, existen corazones más grandes y con mayores intenciones de perdonar que el tuyo, nunca olvides eso, hermanita. Y ahora, abres una carta de ella, que llevas contigo siempre como prenda inestimable de lo que otrora fue un cariño y una pasión, muy, muy sinceros, porque tú y ella no le podían haber mentido nunca a nadie, nunca, jamás. La lees, pero ¿qué encuentras en ella? Nada más que la verdad que negaste por tanto tiempo. ¿Otra vez tú en lo mismo? No me jodas, no seas patético. Te lo dije, pelotudo. ¿Qué creías? ¿Que en realidad te quería? Mejor cierra todo este relato, ya ves como te estás poniendo. Apúrate en botarla ya, y vámonos. Creo que sí debes tirar la toalla… ¡Cállate…! Y ahora uno recuerda aquella tarde en Madrid sentado a tu lado, y aquella hermosa amistad, y recuerda también tu tímida interrogante ¿no quieres ser mi amante? Y claro que sí, y me abalancé sobre ti, y era el hombre más feliz y más trascendental en aquel otoño madrileño tan, pero tan alegre. O sea que habías decidido hacer una escala en tu viaje a tientas para recibir un ejército de soldaditos entrenados en contar historias y poemas, militarmente adiestrados para ser siempre trascendentales, y realistas, a la vez, por ti, por ti, y sólo por ti…. Pero, resulta que adiestrar ejércitos narrativos y líricos, puede terminar convirtiéndose en un delito castigado hasta con pena de muerte.
Te equivocaste, hermano, creo que sí, y sigues equivocado, pero vamos, invítame al bar, inexplicablemente – porque siempre odiaste las flores – lleno de enredaderas y de orquídeas, que has inaugurado, y prepárame, por tanta amistad que nos une, un pisco sour como tú sabes hacerlo… ¿Ya no vas a tirar la toalla? Ten cuidado, porque por dártela de valiente has terminado naufragando en atlánticos y pacíficos, sin más brújula que un reloj… Vamos, hermano, a este concierto que darán de baladas de los sesentas, sentémonos atrás, y prendamos cada uno un cigarrillo, y claro, saca ese poco de ron, e invítame un poco, y salud por ella, hermano. Y también por ti, y por tus historias trascendentales in stricto sensu, a veces reales, otras veces, intangibles, y salud por tus poemas y tus canciones, y por aquellas noches de luna llena en que ésta se la regalaste a varias conquistas tuyas, y hasta las coronaste a ellas delante de su luz. Todo eso, tan tuyo, hermano. Y salud por todo hijueputa que a veces termina jodiéndote, hermano, la creación de versos alejandrinos escritos a cuatro manos, de tardes inmemoriales. Y también, salud por ella, hermano, porque sí, en efecto la quiero y recuerdo aún. Por y con su alegría y sus nimias actitudes, y sobretodo, por y con su trascendental decisión de no herir nunca a nadie, por y con su modo de actuar sui generis, y por y con su modo de tratar tan linda siempre a los que quiere. Salud, también, porque ahora ya estamos viejos, hermano, y porque aún podemos recordar los sueños que escribimos juntos. ¿Recuerdas cuantas veces me pasé de cojudo y nostálgico y sentimental, y terminé encontrando la muerte en la fuente que me dio la vida? Porque por mi culpa, por mi culpa y por mi gran culpa hasta me creí capaz de engendrar traiciones contra mí mismo por su nombre…
¿Y tú…? ¿Feliz de la vida en tu nostalgia? Lo más seguro es que sí, y que, aun cuando por dentro te arranques los cabellos de tanta rabia y frustración porque las cosas allá en Viena no marchan bien, siempre mostrarás tu eterna sonrisa, reflejo de la eterna soledad que te acompañó siempre, aun cuando andabas acompañada, y andas así la mayor parte del tiempo. Pero felicitaciones, porque llegaste a ser lo que siempre soñaste ser, y alguna que otra vez me envías tus libros, y alguna que otra vez leo alguna entrevista que te hacen en algún diario o revista de actualidad económico – política…
Las cosas, en todo caso, duelen igual, sean por teléfono, por carta, por e mail, o cara a cara, igual duelen. Salud por ti, también, por tus sueños hechos realidad…

No hay comentarios: